Se
trata de un primer trabajo intitulado: Una
Conversación sobre la Ideología. Entrevista que se realizaría en agosto del año 1970, en la
revista Vea y Lea, una vez publicado aquel contundente libro: La Plusvalía Ideológica.
Una andanada de preguntas, todas buenas y asertivas, siempre contundentes,
todavía convocan a la aguda y gran discusión, toda vez que este proceso no sólo, en términos
específicos, sigue en deuda en materia de legislación cultural con el país,
sino que, desde una visión más amplia, en el campo conceptual, exige elaborar y participar en la creación de
presupuestos teóricos que orienten la cotidiana práctica cultural revolucionaria,
concretamente en la que tiene relación con la gestión pública cultural, a
cualquier nivel del Estado. Es indudable que se ha iniciado el camino de la
construcción de una normativa cultural, a propósito de aprobar la Ley Orgánica
de este sector, no obstante sus terribles bemoles.
Algunas
de aquellas interrogantes siguen vivitas y coleando: ¿Qué relación hay entre industria cultural y dependencia cultural? ¿Qué
relación hay entre industria cultural e industria ideológica? ¿Quiénes la
manipulan y sobre que valores se levanta? ¿Qué relación existe entre el capital
ideológico y el capital material? ¿Qué, quiénes y cómo se establecen los
valores del gusto? ¿Existe una ideología del gusto? ¿Tiene la belleza alguna
relación con la verdad? Los tópicos se tornan candentes e imperecederos.
¿Presupone la cultura
revolucionaria una nueva valoración de lo bello, el gusto y la sensibilidad? ¿Existe
una cultura proletaria diferente a la cultura burguesa? ¿Tiene la burguesía
venezolana unos valores que le son
propios? La práctica cultural durante el proceso revolucionario anterior a la
toma del poder”- y se afirma, luego de varios años en
el poder- “¿debe necesariamente
prefigurar las características de esa práctica en un sociedad de nuevo
tipo? ¿Se puede hablar de subversión
cultural? ¿Con qué instrumentos podríamos enfrentarnos a los fenómenos
culturales tradicionales y a la industria cultural? Son éstas algunas de la
ametralladora de interrogantes que le formularon a nuestro más lúcido pensador
y al ensayista de más feeling de la Venezuela, en la década de
los años setenta y siguientes. Sus respuestas, llenas de erudición y sapiencia,
estarían enmarcadas en lo que sería el más genuino pensamiento del propio Marx.
Tales interrogaciones, luego de muchos años, no sucumben al tiempo y, a
propósito de este proceso, que experimenta la sociedad contemporánea venezolana,
se tornan, demasiado, vigentes e, implacablemente, históricas, así como de
abordaje impostergable. La elaboración de una Teoría Cultural Revolucionaria y
la caracterización del Socialismo del Siglo XXI, necesariamente, pasan por
transitar esos entresijos, afortunadamente, con el legado conceptual del poeta
de Piedras y Campanas. Ludovico sigue
a pie. Desde ante de nacer, sé que mi
vida / es un puñado hambriento de materia, sentenció en uno de sus poemas.
Atentos
a la herencia epistemológica que dejara, Luis José Silva Michelena,
(Caracas,1937-1988), militantes culturales, intelectuales orgánicos, no sólo de
las estrictas academia y la cultura letrada, sino salidos y formados desde y en
el Barrio, en la cultura residencial y
popular, creadores y creadoras, cultores y cultoras, participantes, todos, de
los Poderes Creadores del Pueblo, desde esa realidad de Venezuela y de América
Latina, en los albores del Siglo XXI, se
asume un compromiso histórico de seguir con el testigo, entregarlo a las
generaciones actuales y venideras, así como crear y atreverse a formular una Teoría
Cultural Revolucionaria. En ese sentido, no hay duda del aporte teórico y
conceptual; político y filosófico; poético y marxista del autor de Belleza y Revolución y de Teoría del Socialismo.
Una
orientación ha sido heredada del contundente planteamiento de Ludovico Silva: El capitalismo es capaz de transformar en
valor de cambio, (léase mercancía), todo cuanto toca: es el único valor verdaderamente
valioso para él… poco a poco, algunos revolucionarios latinoamericanos han ido
cobrando conciencia de que buena parte de su fracaso se debe a no haber
atendido suficientemente (el) terreno
de la ideología; habían creído que la ideología se combate con ideología, y no
es así: se combate con teoría revolucionaria, con conciencia y claridad,… Si
las masas llegaran a saber un día –y
pueden llagar a saberlo- el grado de miseria mental en que las sume el sistema
para su conveniencia, no quepa la menor duda de que sería el momento de la
conciencia de clase, que para Marx era precisamente el opuesto de ideología.
La
ideología viene a ser esa región del universo cultural constituida por valores,
signos; mensajes, representaciones, hábitos y estilos de vida, todos fetiches,
impuestos al ser humano –aquí los medios de comunicación industriales masivos
juegan un papel determinante– de tal manera que asuma como concepción del mundo
y de la vida la justificación, desde el interior de la persona misma, un modelo
de vida y de producción basado en la explotación y la propiedad privada; el
consumo y el mercado como hecho natural e históricamente no superable.
Por el contrario, podemos
llamar conciencia cultural a la conciencia del todo cultural, que por un lado
examina críticamente los intereses que mueven la cultura y se comprende a sí
misma como vinculada al todo material de la sociedad, y por el otro elabora
tácticas y estrategias – en suma, una práctica cultural revolucionaria – para
transformar la conciencia ideológica de las gentes en una conciencia cultural.
Otro
trabajo, trata el tema de los Intelectuales
y Plusvalía Ideológica, en el cual el poeta autor de In Vino Veritas, tercer poemario del bardo y de Boom, correspondiente al año 1965 y
prologado, nada más y nada menos, que por Thomas Merton, establece la
diferencia conceptual y orgánica entre Trabajadores Intelectuales e Intelectuales. Estas dos
caracterizaciones conducen, obligadamente, a considerar y hacer el análisis a
una similar categoría establecida en la Carta
Magna del año 1999. Se trata de Trabajadores y Trabajadoras Culturales. No obstante, que el texto fundamental establece un derecho
cultural constitucional, y por primera vez en la historia de Venezuela, desde
las definiciones propuestas por el poeta y
docente universitario, resulta necesario confrontar tales premisas con
las potenciales definiciones que requieren las categorías y términos expuestos
en la Constitución
de la República Bolivariana
de Venezuela. El asunto no es fácil pero a su encuentro es requerido asistir
con entusiasmo y creación.
El
derecho cultural fundamental, que por primera vez se hace presente en la
historia constitucional de Venezuela, está establecido en los siguientes
términos: El Estado garantizará a los
trabajadores y trabajadoras culturales su incorporación al sistema de seguridad social que les permita
una vida digna, reconociendo las particularidades del quehacer cultural… (Art.
100. CRBV, 1999). No suscribir este logro sería un despropósito. Es vital
convertirse en militante de tal precepto cardinal. Constituye un derecho
cultural alcanzado por vez primera en la historia cultural, en general, y en la
historia de la legislación cultural, en particular, del país. Jamás durante la
IV República, en la democracia burguesa, formal, representativo, los hacedores
de la cultura residencial y popular fueron considerados trabajadores, en ningún
sentido. En todo caso, cualquier calificativo despectivo era acuñado con
racismo y prepotencia: bohemios, saltimbanquis, locos, desaliñados,
impertinentes, bandoleros, peligrosos, desafortunados, etéreos y pare de contar. Una cosa resulta
incuestionable, cierta, definitoria: los cultores venden su fuerza de trabajo
como cualquier trabajador. No les queda otra o, sencillamente, sus productos
culturales de uso entran al mercado transformándose en bienes de cambio. El
imperio del mercado rige la existencia cultural como la comunicación preside a
la sociedad contemporánea. El capitalismo ha sido el único modo de producción
mundial.
Ahora
bien, quedan asuntos teóricos por resolver, por abordar, por trajinar. Desde el planteamiento del autor
del Estilo Literario de Marx, las
preguntas no se hacen esperar: ¿Son los
trabajadores culturales una forma general de trabajadores intelectuales? ¿Si
los trabajadores culturales son simplemente propagadores de la cultura; se
reconvierten, en una justa medida, en una especie de trabajadores
intelectuales? Al no abandonar su actitud y conducta resueltamente crítica,
¿Pueden los trabajadores culturales, por definición ser considerados
intelectuales? Al convertirse los trabajadores culturales en pasivos servidores
del sistema capitalista ¿Se convierten en sustentos ideológicos del sistema de
explotación? ¿Qué es un trabajador o una trabajadora cultural? ¿Existen
trabajadores y trabajadoras culturales que ejercen una labor física e intelectual? Si un trabajador, en el
marco del capitalismo, es aquel que vende su fuerza de trabajo ¿No hacen igual
los trabajadores y trabajadoras culturales, así como los intelectuales y los
trabajadores intelectuales, que precisa Ludovico Silva? ¿Es posible que un
trabajador o una trabajadora cultural asuman su conciencia de clase, milite en
la crítica y en la denuncia contra la opresión y trascienda la interpretación
del mundo a la transformación del mismo? Estamos en presencia de un escollo
teórico pero ¡excelente! que esta discusión tome el cielo por asalto. Que reboten a la
palestra todas las interrogantes habidas y por haber, incluso las obvias. Que
no se le de descanso a la reflexión teórica-práctica. Que el pensamiento
crítico se desborde. Una antinomia parece asomar sus más ásperos dobleces, su
aguda torsión. Asistimos, gustosos, al debate de las ideas.
Por intelectual, dice
Ludovico Silva, debe entenderse, en
contraste polar con el “trabajador intelectual”, un hombre (o mujer) que
utiliza sistemáticamente su pensamiento para distinguir y denunciar la
estructura del sistema y no sus apariencias; para atacar frontalmente y
destruir todos los mitos y fetiches que el sistema elabora y difunde a fin de
justificarse ante la conciencia de los hombres ( y las mujeres); para restituir
la verdadera noción de conciencia, que implica a la noción de crítica, y elevar
a la percepción lúcida de las gentes el significado de todo ese cúmulo de
imágenes-fetiches y representaciones-ídolos que el sistema ha instalado en su
pre-conciencia; para ayudar a concebir la situación existente no como fenómeno
natural, sino histórico y, por tanto, superable; en fin, para ayudar a concebir
el mismo trabajo intelectual no como la parte funcional de un sistema, sino
como el elemento conflicto que ataca al sistema en su entraña misma, denuncia
su carácter explotador y explicita su podredumbre. En ese sentido, el
intelectual no se diferencia de cualquier otro revolucionario, y no debe en
verdad diferenciarse; sin embargo, es sensato atribuirle como finalidad
específica la elaboración teórica de todos estos aspectos y de su vinculación
con la práctica subversiva.
Si
bien es cierto que la actividad específica de un intelectual tiene relación con la elaboración teórica, no menos
cierto es que los creadores y creadoras culturales, en el marco de la propuesta
del Socialismo del Siglo XXI, sustancialmente, tienen que emprender una labor,
también, de contribución en la producción conceptual. De igual manera, en el
proceso de creación y hechura de las leyes, es menester participar en la tarea
de elaborar las unidades normativas y en ambas actividades resulta
impostergable emplear la crítica demoledora del aparato burgués, tanto material
como ideológico, el estudio permanente, la imaginación creadora, la aguda
observación, la revisión histórica, el análisis lúcido y lucido. Se trata de
realizar un proceso, verdaderamente, en su sentido del griego antiguo: un
proceso de poiesis. Los trabajadores y trabajadoras culturales
tienen, históricamente, que ser revolucionarios. Si éstos se convierten en
funcionarios “eficientes” terminan siendo lo que Ludovico Silva llama trabajadores intelectuales. No obstante,
algo expresa la contundente realidad: mientras los aquellos intelectuales, consecuentemente,
saltaron la talanquera y transitaron el arrepentimiento de clase para
convertirse en neoliberales rentables, los cultores y cultoras populares se han
mantenido militando en la resistencia cultural y siendo trabajadores
culturales, en el sentido de vender su fuerza de trabajo, continúan apegados a
aquello de la utopía posible. Siguen siendo revolucionarios. Los trabajadores
intelectuales son meretrices en decadencia. O sea putas viejas.
“…el arrepentimiento se ha
convertido en una industria lucrativa. Todos los días nos enteramos de algún
político, algún intelectual, algún politólogo, algún economista (ahora todos
trabajadores intelectuales) y sobre todo algún oportunista concurren al
confesionario del Imperio, o alguna de sus parroquias de moda, con toda su
filatelia de pecados. En vez de elaborar el duelo de algún legítimo desencanto,
reniegan allí de su pasado solidario, de su faena por causas justas, de su
defensa de los derechos humanos, de su asco hacia la tortura. El mundo
consumista los recibe con los brazos abiertos,…”
(Benetti, 1999).
El
hacedor de cultura, particularmente el cultor y la cultora del Campo Residencial y Popular, se
convierte en trabajador asalariado. Vende su fuerza de trabajo o, en otro caso,
sus bienes de uso, de su producción, se convierten en valores de cambio porque
al entrar al mercado, para su subsistencia,
la obra se convierte en mercancía. Los productos culturales residenciales y
populares entran al rigor de la oferta y la demanda. Ese trabajador, en el
marco del capitalismo salvaje y periférico, termina o siendo un trabajador
dependiente o independiente, formal o informal, bien sea realice una labor
física o intelectual, manual o de pensamiento. Los poetas también van al
mercado.
La
inferencia pareciera ser la siguiente: si los trabajadores o trabajadores
culturales se convierten en pasivos servidores de un sistema, el capitalista, ejerciendo
el rol de sustentos ideológicos del mismo; si el trabajador o trabajadora
cultural es parte del funcionariato de la estructura de opresión; si, en suma,
se convierte en “eficaz” funcionario; entonces no será otra cosa que trabajador
intelectual o manual, en el estricto sentido que lo caracteriza Ludovico Silva.
Un trabajador o trabajadora cultural no puede abandonar su capa de insurgente,
parafraseando los versos del poeta Víctor Valera Mora. Entre revolucionario y
contra-revolucionario no hay término medio. O para decirlo en la palabras de Jesucristo:
eres frío o eres caliente porque si eres
tibio de mi boca de vomitaré. Contundente, el pacifista Chucho,
contundente. Se trata de destruir culturalmente al sistema burgués. Porque al imperialismo no se le puede
confiar pero ni un tantito así, nada, enseñaría el Che.
Un
segundo ensayo: Sobre la Práctica Cultural ,
(recomendaciones a un partido político). Los dos primeros citados guían
para presentar una propuesta sobre lo
que se viene insistiendo en este proceso: la llamada lucha ideológica, que para
el también pensador fosforescente, no es otra cosa que falsa conciencia, y en
esta experiencia, democrática, de perfil socialista, se debería afinar conceptualmente.
De tal manera que resulta vital e histórico apartarse, de una, de los manuales del marxismo ortodoxo, por
aquello a lo que también hizo referencia Ludovico Silva: si los loros fueran marxistas; serían marxistas dogmáticos, y colocarse, de una buena vez, en el campo del
marxismo heterodoxo, hoy reunido en lo que se ha dado en llamar Socialismo del
Siglo XXI.
La
misma propuesta de elaboración teórica de este socialismo exige esa condición
de creación permanente, libérrima, comunista, cristiana, ecológica, comunal, de
cultura popular-residencial, porque este socialismo, necesariamente, hereda el
pensamiento de Karl Marx, desde la
Teoría de la
Ideología y la
Alienación , que en el mismo Lenin tradujo mal la categoría, hasta el Método
Dialéctico, superando, en todo momento las tristemente célebres Leyes de la Dialéctica , afectadas
por el imperio de la formación cartesiana de entonces. Al fin y al cabo,
intentaron justificarse con el imperio del
método científico cartesiano, el cual había sido trasladado, en el más
puro mecanicismo, a las Ciencias Sociales. La dialéctica como método viene a
ser el gran aporte del socialismo
científico. Los caminos cualitativos vienen a confirmar distintos derroteros.
La
práctica cultural revolucionaria exige veredas altamente comprometidas y
diferentes. Debe constituirse, precisa Ludovico, en la opositora consciente,
antagónica, constante e implacable de todas las formas de “conciencia
ideológica” y de las correspondientes prácticas culturales tendentes a afianzar
en la conciencia colectiva el status de explotación y desigualdad; sea
dorándolo o presentándolo como un status próspero o “en desarrollo”…”. Debe
utilizar la mayor cantidad posible de “medios” en la medida en que ello sea
factible,.. Crear nuevos medios o medios paralelos y aquí comienzan a jugar un
papel definitivo los medios populares, alternativos y comunitarios que con el
proceso revolucionario alcanzaron presencia en la dinámica social comunitaria,
parroquial y popular. La prueba máxima de democratización del espectro
radioeléctrico son medios comunitarios.
Desde
la anterior realidad resulta perentorio precisar estas tres categorías:
popular, alternativo y comunitario. Constituyen líneas históricas de discusión y debate. El
primer término, viene de la educación popular que implica, inexorablemente, un
compromiso político con los explotados y los desasistidos. Existe allí una
impronta de compromiso con la humanidad doliente. Un medio de comunicación
popular tiene que ser políticamente revolucionario, de opción preferencial por
los pobres. Comunitario significa que es expresión de un espacio
histórico-étnico-cultural-geográfico determinado, específico. Y alternativo es
que proyecta los productos culturales que surgen de ese campo cultural
residencial. El campo industrial masivo pasa a un segundo plano. La
microhistoria, los cultores y personajes de la localidad, la cultural festiva y
el quehacer y crear cotidiano son los protagonistas del medio de comunicación
comunitario.
Ante
una sociedad que absolutiza lo individual, pregona un modelo insolidario,
homogeniza los estilos de vida, impone los cánones del american way of life y
la vida cotidiana es dinero, consumo y status; otra opción puede construirse: otra
manera de asistir a la vida puede edificarse, hacerse: la sociedad del amor:
socialismo, democracia participativa, futuro colectivo. Hizo la referencia
Ludovico Silva: …Visto desde el punto de
vista de la moderna filosofía social, especialmente la de los representantes de
la Escuela de Francfort, el socialismo se presenta como una utopía concreta…. POR EFRAÍN VALENZUELA