Son
versos-coronas, de salmodia diaria y muy sentida, que se truecan en Misterios
develados, poemas gozosos, en el estricto sentido religioso-amoroso, que al
compás de la clave, emblemático instrumento del ejercicio musical del pueblo,
asumen un despelote de palmas colectivas entre guataca, carne de fémina y fe
popular. En el caso del tiempo, Herodes
es traído a esa matanza contemporánea. Israel
mírate en el Holocausto. Vuelve a los caminos de Moisés. Se requiere lavar las ropas. La
solidaridad es militancia.
Una
poética callejera, cristocentrista, coloca sus
Cabillas Musicales, en los acordes de la lluvia (que) viajan en una piel morena, (siempre) en concierto púrpura. Una fiesta en el cielo/ en la tierra. La
particularidad de este poemario pudiera radicar o encontrarse en esa
combinación de temas, tan aparentemente, disímiles pero que convergen, con
fuerza demoledora, en los cinco golpes, tres por dos, de la clave del son. En
este trabajo, El poema no tiene punto de
partida / tampoco de llegada / cuando comienza la danza inútil /de la palabras.
El vecindario es un concierto celestial y cotidiano de féminas bellas y
sabrosas; de abundantes oraciones cantadas. Todo lo anterior vivenciado en un
contexto histórico social de ritmo, cadencia y guaguancó callejero. Un trío
celestial-amoroso-musical, eso son estos versos. Las épocas saben recorrer su
memoria citada; su contundente existencia. En el poemario de Soto, el tiempo es
siempre bienaventurado.
El
tópico amoroso tiene múltiples facetas, diferentes direcciones, variadas
presencias: amor al prójimo, amor a la mujer, categóricamente deseada, carne
desbordada y atractiva, encantadora lujuria vecinal, compañeras de desempleo y
batallas. Amor por el pueblo Palestino. Sus niños asesinados contienen el
volumen de las lágrimas de Jesucristo.
Amor por los poetas amigos, con quienes comparte batallas electorales,
escoceses prolijos de lealtad, camaradería, preocupación por el proceso
Bolivariano y compromiso con la poiesis. Amor que sabe reconocer al otro o a la
otra, en su calidad profesional y
solidaria. Lazos de sincera amistad revolucionaria.
En
La clave musical de Jesús, el poeta
Hernán Soto, declara su compromiso con la humanidad abatida, doliente,
desconsolada, expresada en su solidaridad internacional pero, también, versa
sobre su militancia con el amor derramado por ese opuesto histórico
complementario: las féminas, rebosadas de carne popular. De igual manera, sus
poemas peregrinan lo amoroso en términos de la máxima de Aquiles Nazoa: “Creo en la
amistad como el invento más hermoso del hombre”, así como en el reconocimiento
del compatriota con sus valores, vivencias y trayectoria; defectos y errores.
El poeta va Cabalgando / en / el lomo de
las palabras / Esculpiendo sonidos / Mutando colores y sabores.
La
música, cuya máxima expresión vienen a ser las claves del son y el guaguancó,
de manos colectivas, deriva de la salsa callejera, de la rumba en el barrio, de
la cayapa en el sancocho dominguero, de la descarga de la esquina. Todo ello
acompañado de un Jesucristo, caraqueño y caribeño: El Nazareno. Un refugio
musical, afinado, se expresa en la clave poética, que siempre guiará la marcha,
de este creador de la palabra, bandolero de la lírica citadina. Militancia con
la sonoridad del barrio. Los bemoles de un mundo absurdo no impiden la oniria
posible: La Paz del
Futuro.
En
todo este poemario el ruido y la cadencia de las notas musicales se tejen entre
versos para dejarnos desnudos ante Dios. Allí es viable comprender que la
distancia milimétrica entre la ciencia y la espiritualidad; entre la fe y el
cotidiano deseo de la carne femenina; entre el conocimiento que calla y el
silencio que toma la palabra. La clave
musical / de Jesús es la velocidad / de la luz… La antorcha ardiente / camina
por la torrenteras del cielo.
Un último bolero se hace inolvidable. Los cueros
describen la heredad de un tiempo étnico también inmemorable. Un recio sentido
de pertenencia melódico agita el canto de los oprimidos. Un Apocalipsis de
bemoles, arpegios y acordes despiertan los ensueños en reposo de quienes
deambulan la cara maquillada de la ciudad, entre risas y lágrimas. El poema está en su música. Los sonidos
descomponen las partituras de agua. La clave guiará
la batalla, la marcha será purpúrea. Un derramado amor por la vida será un aguacero de plegarias de coros
callejos y cantos necesarios.
El
bardo, Hernán Soto, se declara cristiano heterodoxo y sus preces, su rezo y
plegarias siempre las realiza dos veces porque no sólo las canta sino que las
acompaña la clave del son. Cristo se trasmuta, en esta poesía, en música,
contundentemente, espiritual y cotidiana, de arrabal jubiloso y amargo. Va al
mercado y redacta unidades normativas en figuras jurídicas locales. En el
encuentro con Cristo, El Nazareno, sucede de igual manera. Anda desde la
acertada cita bíblica hasta el diálogo interreligioso. Un sublime augurio toma
la escena mundial, histórica, ese abrazo fraterno, que en una fiesta, se
prodigan Mahoma y El Nazareno. Aquí la fe religiosa está desprovista de dogmas.
El fundamentalismo, de unos y otros, credos pétreos, se desploma a pedazos en
un encuentro de borracha alegranza por la humanidad abatida de guerra e
injusticia social. La mano del Quijote asoma sus acertados consejos. No
obstante, un reclamo, al mundo contemporáneo, de diaria existencia, aparece
entre versos filosóficos y preguntas sin respuestas: Planeta convexo que no asume a Marx y niega a Cristo. La filosofía está
borracha de amor, sentencia el poeta.
En
los versos libres del trabajo intitulado, La
clave musical de Jesús, la poesía se muestra escandalosamente enamorada,
llena de liturgia bíblica, solidaridad internacional. Fe popular desparramada
en templos, edificios y proyectos de vida. Energía en movimiento. Una poesía
despeinada como aquel científico. Antorcha ardiente con nombres de mujeres, las
más sabrosas de la tierra, solícitas de empleo y de amores furtivos y aviesos.
Una poesía libérrima de laberinto entre pasiones disipadas, que bailan tango en
las fronteras del cielo. Es seguro que quien ejecuta la clave es Jesucristo. Es
inequívoca la hechura de un concierto
celestial en el barrio. Soto tus lapidarios poemas están llenos de, como dijera
el hijo de doña Margot, Ismael Rivera, El Sonero Mayor, mucha alegría, mucha alegría.