Las Vendedoras del Cardon: William Senges |
En
los tiempos de mi niñez yo deletreaba flores; a los diez años yo dominaba perfectamente el arte de ver a
algunas gentes llorando en los jardines; yo conocía a esa edad palmo a
palmo los desolados territorios del
crepúsculo, lo mismo que los dolorosos nombres de aquellas ciudades tan enormes
y moribundas de balcones, o sea las ruinas de le última tarde. Yo era a los
doce años como quien dice un técnico especialista en ponerse uno muy
sentimental cuando ve un caballo. Solía en esa época sentarme a la orilla de un
pozo que vivía en el corral de mi casa, allí mirando largamente el agua, sin
moverme, veía poco a poco que mí no iba sino la imagen de un niño pensativo
reflejada en el agua, y en esa situación llegaba por ahí algún caballo sediento
y se bebía mi niñez con agua y todo. Lo demás de este cuento es un asunto
archisabido. A los quince años fui un empleado de una famosa tienda de modas, con regocijo de todas
las muchachas enamoradas que constituían
la clientela. Yo las amaba, y a escondidas les vendí al fiado y
baratísimo el arco-iris por metro motivo por el cual fui encarcelado por
apropiación indebida; me condenaron pues a pagar en un plazo de mil años el
bien ajeno de que dispuse, más las costas del Mar Mediterráneo. Del Libro Vida Privada de las Muñecas de Trapo: Aquiles Nazoa