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Hijos de los Barrios: Cesar Rengifo |
Si en
uno de esos coloquios vía satélite que están de moda se me preguntara cual es a
mi juicio el rasgo distintivo del venezolano, no vacilaría en responder que la
imprecisión, la indeterminación es nuestro signo capital. Somos el país del más
o menos, del más acaita y más allaita, más arribita y más abajito, en eso nos
parecemos a los ingleses, que jamás dicen “near” sino “not far from” tal o cual
parte, ni aceptan que ninguna cosa sea definitivamente buena sino “not bad at
all”. Pero nosotros vamos mucho más allá, rozamos los límites del surrealismo
en nuestro comportamiento y lenguaje cotidianos. Cualquier extranjero que nos
visite por primera vez enloquecería si oyera, como se oye corrientemente, a un
electricista, plomero o cualquier técnico venezolano ordenando a su asistente:
“tráeme la vainita esa de bichar los perolitos del coroto”, lo asombroso no es
la terminología en sí, lo increíble es que el ayudante comprenda perfectamente
bien la orden y traiga exactamente lo que se le está pidiendo… Misterios de la
lexicografía y la semántica venezolana El mismo extranjero tal vez moriría en
el intento si tratara de comprender la nomenclatura de nuestras ciudades. Para
empezar, en las urbanizaciones venezolanas, las casas no se identifican por
números sino por nombres, los cuales suelen dar origen a grandes confusiones.
Así, por ejemplo, siendo (por razones que desconozco) San Judas Tadeo uno de
los nombres preferidos por la clase media para bautizar a sus viviendas, no es
raro que en una misma calle haya seis quintas San Judas Tadeo, con la
consiguiente desesperación de quien busque tal dirección. Luego tengamos en
cuenta el estilo venezolano de dar las direcciones, rara vez un venezolano
dice: “Avenida Betancourt, Edificio Lusinchi, tercer piso, numero 33″, no, la
forma habitual de dar la dirección es: Mas alantico de la plaza Alfaro Ucero,
pasada la panadería, un edificio blanco con unos ladrillitos arriba, junto a
una casa rosada con rejas verdes que tiene al lado una mata de mango”,
añadiendo de paso alguna fórmula misteriosa como “del lado de allá, no como
quien va sino como quien viene”. En materia de tiempo, el venezolano es uno de
los seres más indescifrables que existen. Solemos, por ejemplo, concretar una
cita “en la tardecita” o “en la nochecita”, pero nadie sabe a ciencia cierta
que es la tardecita, que para uno es la tarde a primera hora y para otros la
última parte de la tarde, ya cerca de la nochecita, que tampoco es un concepto
claramente establecido (naturalmente, ¿cómo va a estar claro si es de noche?),
pero en todo caso citarse a una hora es visto como algo desconsiderado y hasta
reaccionario. Mejor se dice “a golpe de” o “tipo cuatro, cinco”. “A las cuatro
y pico en punto”, que en todas partes es un chiste, en Venezuela es una hora
que puede corresponder a una realidad. No aspiro a que me lo crean, pero en una
ocasión oí decir a un locutor de una emisora radial de provincia anunciar la
“hora legal de Venezuela: las cinco y media pasaditas”. Capítulo aparte merecen
nuestras relaciones con los taxistas. Hay que ser extremadamente cuidadosos en
los tratos con estos caballeros que abolieron por su cuenta el uso del
taxímetro sin que el Gobierno chistara y sin que nadie sepa por qué sus
vehículos se siguen llamando taxis. Para contratar una carrera de taxi, el
francés – pongamos por caso – sube en el coche y ordena: “25 rue Caucheman”, el
inglés hace lo propio e indica: “34 Peninton Road”, y ya. El venezolano
introduce media cabeza por la ventanilla del auto y pregunta: ¿Por cuánto más o
menos me lleva a Prados del Este? es muy probable que el chófer le responda:
“Prados del Este? Ah, no, yo pa’ allá no voy”, y arranque obligándolo a saltar.
En caso de que acceda, el pasajero no indica la dirección de su destino sino que
se dedica a guiar al conductor: “En el próximo semáforo a la derecha… en la
esquina a la izquierda, otra vez a la izquierda y después derechito por la
subida… Agréguese a esto, como una muestra de nuestro gusto por la imprecisión,
que aquí practicamos la curiosa costumbre de regatear con el taxista, que no
pocas veces acepta hacernos alguna rebaja en el costo del servicio. Y para
cerrar el capítulo del transporte, recordemos que los colectivos, aunque tengan
paradas fijas establecidas, por lo regular no se detienen en ellas sino donde
lo exija el pasajero, según la formula universalmente aceptada. “Donde pueda
señor…” Podría seguir citando ejemplos de nuestra afición por la imprecisión y
la vaguedad, pero para no cansar a los lectores concluyo con dos que considero
pertenecientes al propio reino de la poesía. En todas partes, para expresar el
sentimiento que inspira cualquier hecho o circunstancia se suele decir, “me da
miedo” “me da rabia”, “me da asco” o “me da” lo que sea según el caso, en
Venezuela decimos “me da cosa”¿…que es cosa? Vaya usted a saber!” Anibal Nazoa